miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Cueva 4º parte

Siento no haber escrito, pero he estado muy liado...


Llevaba ya casi una hora entera caminando hacia el este, y tenía la sensación de que estaba ando vueltas, y que todo lo que veía un vez lo volvía a ver una y otra vez.

Sin embargo no me detenía. Con la misma decisión y confianza con la que había empezado mi aventura, tenía muy claro que así seguiría hasta el final, pasase lo que pasase. Así que no volví a pensar en eso hasta que llegué a un sitio increíble.
No se como había sucedido pero en cuanto me detuve para descansar, me quedé asombrado. Ante mí se alzaba un enorme e imponente un gran árbol que debía medir unos 5 o 6 metros. Sus hojas, su tronco y sus ramas estaban perfectamente cuidadas.



Una gran luz hacía que el árbol brillase tanto como el sol. No podía parar de mirarlo. Era algo tan increíble, algo tan especial, que ningún músculo me respondía. Mi corazón había hecho que mi cerebro parase de dar órdenes. Durante unos minutos seguí admirando la belleza del árbol, hasta que conseguí despertar.

Después, me senté en en el céspedy empezé a reflexionar sobre mi vida. Pensé en mi familia, mis amigos, mis amores...en definitiva, pensé en todo. Y tras esto, me quedé sentado en aquel césped frío y húmedo, mientras miraba la belleza y el explendor de aquel maravilloso árbol.


Otros relatos de La Cueva:

jueves, 4 de noviembre de 2010

El juicio final 1º parte

Quedan más o menos dos minutos para que comienze el juicio y estoy que no puedo más. El jurado entero me estaba esperando dentro de la sala, pero mi madre me había dicho que  hasta que el ángel guardián no me diese la entrada, yo no me moviese. Y eso hice. Me mantuve quieto hasta que un gran ángel de dos metros o algo así se presentó ante mi portando un arco y dos flechas.


Las puertas se abrieron, y al entrar, me quedé sin palabras. La sala era enorme: el techo era cielo puro y te daba una sensación de libertad increíble. Miré a mi alrededor y los dos laterales tenían unas especies de bancos que supuse servían para que la gente se sentase. En medio de la sala se encontraba el estrado, por encima de todo. A su alrededor había seis mesas con sillas, tres en un lado y tres en el otro. En cada mesa se encontraban:

En las dos puntas, dos mujeres igualitas. Eran rubias y solo tenían un ojo.
Al lado de la mujer de la derecha, había un centauro muy robusto. Me miraba como intentando darme miedo. Y en el otro lado había un pequeño ángel. Era un niño, parecía un bebé, pero mi madre me dijo que el era el muy famoso Cupido, y en el otro, un ángel normal. Vestía de blancon total y su aureola brillaba tanto como el sol.

Residiendo todo, se encontraba un viejo amigo: Dios. Estaba vestido de blanco y su pelo le cubría su cara. Entonces dio dos golpecitos a la mesa con un martillito y dijo:

-¡Comienza la vista de ascenso al cielo de Steve Paterson!


Esta es la continuación de Viaje hasta el cielo.