-¿Que hora es?- Preguntó la chica un poco desorientada.
-Las siete y media- Respondió su padre alegremente.
Sam, tomó sus tostadas y un vaso de leche con colacao. Después, subió rapidamente a su habitación y guardó sus últimos libros en la mochila y se puso el abrigo. Bajó de nuevo las escaleras y se despidió de sus padres.
Salió por la puerta y corrió directa a la parada del autobús. Conforme iba avanzando, la sensación desaparecía poco a poco.
-Quizás, será que anoche me quedé despierta mas de lo que debía...- Pensó la chica.
La noche anterior, Sam había estado algo deprimida porque no paraba de pensar en sus viajes por el mundo, ya que sabía que sus padres jamás la dejarían viajar sola. Aunque tenía mucho que estudiar para dos exámenes, se pasó la mayor parte del tiempo pensando y pensando.
Ella ya estaba totalmente convencida de que hasta que no se fuese de su casa no visitaría ningún otro país.
Pasaron las seis horas lectivas, y Sam se fue despejando a lo largo de ellas. Al acabar el instituto, volvió rápido a su casa y al llegar, sus padres le dieron la mayor de todas las alegrías:
-Hija, vamos a viajar a áfrica, nuestro trabajo nos pagan estas pequeñas vacaciones, ¿quieres venir?- Su madre sonreía, y Sam se quedó pasmada...